Creo que lo perdimos entre Sarajevo y Kidbrooke

  • Home
  • /Creo que lo perdimos entre Sarajevo y Kidbrooke

«Creo que lo perdimos entre Sarajevo y Kidbrooke» 

César Holgado Morcillo

 

Fui a la cabina del fondo y llamé a Lajla, que vivía en Tottenham, no muy lejos. Me dijo que podía ir directamente a su casa. Ella estaba siempre disponible cuando ibas a comprarle marihuana. Yo no fumo mucho, pero era la única forma de conseguir una cita. Había intentado ligar con ella en una fiesta, pero nada, totalmente imposible. Deseaba averiguar si el té y la charla que me ofrecía en las visitas formaban parte de su atención al cliente, o de una incipiente amistad. Sin embargo, esta vez solo me brindó un vaso de agua. Eso sí, me dio dos besos y me invitó a sentarme unos minutos. Le relaté mis últimas experiencias laborales en lo que parecía una empresa seria, aunque resultó ser una tapadera de la mafia rusa.

-Bah, todas las corporaciones son indecentes de algún modo. Esta vez has tenido un buen curro, buena paga, enhorabuena tío, más de lo que yo nunca he conseguido.
-Tú has logrado algo más meritorio, que es estar al margen de la sociedad…
-No creas, la droga es uno de los pilares de la economía, como las armas.

-Sí, los números parecen darte la razón. Ay, mi Lajla, eres una chica dura de Bosnia. ¿No piensas volver por allí?
Suspiró y me miró con entornados ojos verdes, tan tiernos y tan gélidos a la vez.
-No te he contado por qué me vine a Londres. Cuando estaba en el instituto, nadie sabía quiénes eran de Serbia, Croacia o Bosnia, y, casi de repente, se fueron formando las pandillas por ese tema, ¿entiendes?, se iba calentando por momentos la cosa, y muchos no salíamos de nuestro asombro. A mi hermano le dispararon en la puerta de nuestra casa.

-Joder, lo siento, ¿estabas tú allí?
-No, yo estaba aquí de au-pair, me lo dijeron mis padres, me pidieron que no volviese. Eso fue hace cinco años.
-Y ellos, ¿están bien?
-Sí, ellos huyeron a Eslovenia. No hemos vuelto aún a Bosnia. Quizá algún día. ¿Tienes prisa? ¿O me aceptas un traguito? –Dijo, sacando una petaca de whisky Glenlivet.
-Oh gracias, me encanta la infusión escocesa. ¡Nasdrovia!
-Jaja, nosotros decimos más bien Zivjeli.
Lo intenté pronunciar, brindamos, y me regaló una preciosa risa.
-Un día te casarás conmigo –auguré-. Iremos a España, bailaremos flamenco y comeremos paella.
-Jaja, tú no sabes nada de flamenco, ya me lo dijiste.-Aprenderemos juntos.

-Yo no soy tu tipo, aunque así lo creas.
-Bueno, a lo mejor soy como el guante izquierdo enamorado de la mano derecha. Pero podemos ser amigos.
-¿Quieres venir a Richmond mañana? Hay ciervos y ahora con la nieve, no va casi nadie. Pero como creo que tú estás loco, jeje…
-Así es, me encantaría. Nos abrigaremos a lo bestia y luego podemos comer en un pub rural y tomar un asqueroso vino caliente.
-¡Genial! –exclamó, con una alegría contagiosa-
-Bueno, me voy, mañana hay que estar en forma. Si quieres ¿me paso por aquí como a las nueve?
-Bueno, a las diez mejor, ¿vale? Que hay que descansar, hombre –añadió en español, y me despidió con un abrazo.
Volví dando saltitos por la calle a mi escondrijo de Holloway.
Y efectivamente, hubo nieve, suficiente para darnos unos cuantos bolazos. También vimos a los ciervos, majestuosos, pasear a nuestro lado, sin miedo, silenciosos, a unos metros. Contuvimos la respiración, dándonos codazos. Y luego nos reímos de la impresión tomando el vino caliente de rigor, en un pub estilo campestre, seguido de un sándwich y una pinta.
-Ningún hombre había querido quedar conmigo para pasear, y menos en invierno. Todos quieren ir a cenar, a los bares, y cosas así
-Pues tendremos que seguir andando, aún nos queda un trecho para el metro.
-He pensado que quizá me podrías acompañar a un lugar, un pequeño favor, tengo que ir a comprarle a un colega, al sur, ¿sabes? El barrio es un poco chungo, te lo advierto, he pensado que quizá es mejor no ir sola. Pero ya está todo apalabrado y es un tío legal, ¿sabes?
-Bueno, siendo legal…
Una hora después, desembarcamos en Kidbrooke, cerca de Lewisham, por el sudeste. Entonces estaba allí el Ferrier State, un complejo de viviendas de realojo. Las fabricaban con enormes planchas de cemento, para ir más rápido. Los azulejos, las baldosas, todo adorno les era desconocido. Parecía que las había dejado por la mitad. Los grafitis, apilados unos sobre otros, le daban un color rosáceo con gruesos trazos negros por encima. Las puertas eran planchas de metal. Lo llamaban arquitectura neo- brutalista, un nombre cojonudamente apropiado.

En una especie de gran plaza central, había una pequeña tienda de comestibles, donde comprar cerveza, espaguetis de lata y otros productos de, digamos, la gastronomía local. Junto a ella, un pub. Allá nos dirigimos. En la puerta, un tipo con chupa de cuero, blanco y gordo jugaba con un pitbull. Tenía la mirada brutal y extraviada.

-¿Dónde vais?
-Hemos quedado con Pete, ¿conoces a Pete?
Como no respondió, asumimos que era correcto seguir. El pub tenía unos sofás de falsa piel, rajados y destrozados. No había música.
En una mesa del fondo había un tipo con cabeza cuadrada, pelo lacio y corto, parecía hermano del anterior, nudillos tatuados, sonrisa de quien se cree inteligente, media unos dos metros y debía de pesar ciento cincuenta kilos; jadeaba, como ansioso de entrar en combate. Era Pete, claro. Nos sentamos con él. Pasaron las bolsas y los dineros. Una chica delgadita trajo las bebidas y se sentó junto a él.
-Bueno, así que te has echado novio, ¿no? –dijo él, mirando a Lajla, y tiró su cerveza sin querer-. ¡Recógela! –Gritó a la chica-.
Ella se levantó, silenciosa, a buscar un trapo, y limpió la mesa. Se me revolvieron las tripas, y Pete lo notó.
-Tiene un poco cara de panoli, aquí este noviete.
-Me gustaría parecerme a Clint Eastwood, pero me tengo que joder.
Sonrío a Lajla.
-Pero es gracioso el tío.
-Fue boxeador, y te puede matar Pete –respondió ella, desconcertantemente-
-Genial, me encanta el boxeo, ¿quieres boxear conmigo? –preguntó, enseñando los dientes.
-No me importaría Pete, aunque somos de diferente peso…
El tipo de afuera me agarró por detrás del abrigo, con las dos manos. Pete se puso un puño americano y levantó lentamente su manaza.
-Si te pasas conmigo te arrancaré los dientes uno a uno, y se los daremos al perro para jugar, ¿qué te parece?
-Lo último que se me ocurriría es cabrearte Pete, créeme.
-Eso está bien, y ahora largo de aquí.

Cuando nos levantamos, el posible hermano y Pete se pusieron uno al lado del otro y este me guiñó un ojo.
-Era broma hombre, ¿cómo te vamos a hacer algo, si vienes con Lajla? Puedes pasarte cuando quieras, te invitamos a una birra.

-Ok, gracias chicos, pero nos vamos.
-Como quieras, ¿te has cagado eh? Jajaja, te lo has creído, ¿verdad?
-Sí, nos lo hemos creído, gilipollas –dijo Lajla, y salimos-
El tren se veía venir de lejos, de forma que dimos una carrerita hacia la estación y llegamos a lo justo. Bajamos en Tottenham, su casa me pillaba de camino, así que la acompañé, y ella insistió en que subiese, para hablar tranquilos. Lo hice de mala gana, pues estaba cabreado. Nos sentamos, me agarró las manos y comenzó:
-Óscar, siento de veras lo que ha ocurrido, ha sido culpa mía, no sé por qué salté con lo del boxeo. Me avergüenza decirlo pero creo que, en mi subconsciente, deseaba ponerte a prueba.
-Pues escogiste mal sitio, pedazo de loca, esos hooligans no tienen conciencia de nada. -Ya, pero tú estuviste genial. No te temblaba ni la voz, ni has pestañeado, yo creo que en el fondo, estaban cagados, joder, lo siento, pero estuviste tan sexy –dijo mientras se me subía a horcajadas-
-Te vas a enterar –susurré mientras le tiraba del pelo y le metía la lengua en la boca.
-Sí, sí –jadeó.
Nos lamimos todas las oquedades oficiales y prohibidas y nos revolcamos como animales por aquella moqueta raída tan londinense. Tenía una gran agilidad con su cuerpo fibroso y felino. Después, a pesar de los rasguños, me sentí como si hubiese vuelto a nacer. Ella se levantó, y con toda la cara ruborizada se hizo un porro, cómo no. -Uf, ha estado genial Óscar…bueno, mañana es lunes, ¿qué planes tienes?
-Jo, supongo que tendré que volver al Job Centre a ver qué trabajos hay por ahí. Yo no sirvo para lo tuyo.
-Esta semana tengo una fiesta jamaicana, ¿querrás venir?
-No sé cariño, no me gusta mucho el tema rastafari, todo ese rollo racial, machista y homófobo no me convence. A lo mejor podemos ir a un concierto que hay en Archway. -Mira Óscar, eres un tipo genial; si estuviese en otra fase de mi vida, me enamoraría de ti y sería tu novia, pero ahora no puedo atarme a nadie. Lo acabo de dejar con uno y lo he pasado mal, y tengo la cabeza un poco fatal, ya te habrás dado cuenta. Me encanta quedar contigo, y el sexo, pero eso todo lo que puedo ofrecer, mi amistad.

-Bueno, no te preocupes, que no me he traído el anillo, empecemos así y ya veremos. – Sonreímos y nos abrazamos, llenos de buenos sentimientos.

Ese fue el principio, y el final: Parece que en la fiesta se lio con un jamaicano guapo y no supe de ella durante un par de semanas. Cuando quiso quedar de nuevo, yo lo había pensado mejor. Supongo que no era esa fase de mi vida.
Ferrier State fue demolido –ojalá que con Pete dentro- y ahora, en su lugar, hay unas casitas elegantes. De igual modo, el barro del olvido sepultará también nuestra memoria. Mientras tanto, hoy he abierto una petaca de Glenlivet y he recordado esta historia. Zivjeli

Notas:

1.-La frase del guante de la mano izquierda enamorado de la mano derecha es de Julio Cortázar.
2.-El Job Centre es la agencia pública de empleo en Reino Unido